Concepción del poema III
No es la posesión ni el ocio quienes
hacen que la vida sea digna
de ser vivida.
No son conceptos de
prestigio,
en su más honda y fría concepción
medieval,
los inseguros planteamientos que, ahora,
podrían incidir
en la composición de este poema. Sin
embargo, según los humillantes
y honorables rasgos de la Antigüedad, el
poeta es excelso
intérprete de mitos, es profeta y
vidente, su trabajo es misterio
y su palabra, impersonal y lúcida, es
adivinación
y mágica locura.
No basta
con nombrar a la rosa. Deben ser
ofrecidos sus pétalos de forma
que el vocablo y las letras que lo
componen ardan bajo la ira
de un diminuto dios que olfatea su
muerte.
Dibujar en el agua una flor;
descomponerla luego
arrojando una piedra, u otra flor, al
estanque donde vivió su imagen.
Destruir y crear. He aquí
dos
palabras, dos bellos gestos que
nos producen placer. ¿No surge el arte
de las más dolorosas y turbias
experiencias
de la razón? Construir un paisaje
con las ruinas de otro, y con la sombra
de un vocablo
iluminar la vida.
He atravesado así
el santuario en el que las palabras son
destino
y origen, tiempo sobre el que razas
primitivas
transcribieron su historia. Signos, trazos
helados, cuyo llanto es eterno.
Fríos
restos ornamentales, inseguro silencio,
voces conscientes de su finalidad, cuyo
rumor es canto.
Lejos de la
función mágica
con que la imagen fuera concebida al
principio,
nos entristecen hoy sus lejanos colores
porque, en ningún momento, las frías huellas
de la belleza como especulación
es lo que contemplamos. Un bello juego
que la mano del hombre convirtió en magia
más tarde. Sólo así pudo el arte
poseer una forma: féretro o jardín donde
reposa
su efímero esplendor. Palabras dibujadas
como halcones heridos, como sueños
que la luz del otoño aniquilara. Formas
que no fueron pensadas como ornamentación
y, sin embargo, mediante joyas y amenazas
-Miguel Ángel, Rafael...-, crearon en la
bóveda
una lejana historia
herida de belleza. Belleza herida por la
belleza misma.
Las flores,
cuyo séquito nos repite su imagen
infinita, lloran sobre la alfombra
y el tapiz de palacio: Su presencia es el
arte.
Diego Jesús Jiménez
Qué maravilla
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