Soy el santo, en oración en la terraza, cuando las
bestias llegan hasta el mar de Palestina.
Soy el sabio en el sillón sombrío. Las ramas y la
lluvia golpean la ventana de la biblioteca.
Soy el caminante de la ancha carretera entre los
bosques enanos; el rumor de las esclusas cubre mis pasos. Por largo tiempo veo
la melancólica lejía del poniente.
Sería gustoso el niño abandonado en el muelle que
partió hacia la alta mar, el pajecillo que sigue la alameda cuya frente toca el
cielo.
Los senderos son ásperos. Los montículos se cubren
de retamas. El aire está inmóvil. ¡Que lejos los pájaros y las fuentes! Tiene
que ser el fin del mundo, si avanzamos.
Arthur Rimbaud
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