Entre los dos
mundos, la tregua en la cual no estamos...elecciones, abandonos, otros
sonidos no tienen
que éstos del jardín acongojado
y noble, en el que
el tenaz engaño
alentaba la vida,
queda en la muerte.
Los círculos de
los sarcófagos no hacen más
que mostrar la
sobreviviente suerte
de gente laica de
laicas inscripciones
en estas grises
piedras, cortas
e imponentes. Aún
de pasiones
sin freno sin
escándalo han ardido
los huesos de los
poderosos de naciones
más grandes:
silban, casi nunca desaparecidas
las ironías de los
príncipes, de los pederastas
cuyos cuerpos
están en las urnas esparcidos
ya cenizas y no
aún castos.
de tugurios y de
iglesias, sacrílego en la piedad
allí pierde su
esplendor. Su tierra
plena de ortigas y
verdores alimenta
esos flacos
cipreses, esta negra
humedad que mancha
los muros alrededor
de los flacos
entrelazamiento de los tallos, que el anochecer
apaga serenando
desnudos
olores de
alga...este pasto débil
apaga serenando
desnudos
olores de alga...este
pasto débil
e inodoro, donde
se hunde violeta
la atmósfera, con
un temblor de menta
o heno podrido, y
quietamente anuncia
con diurna
melancolía, la apagada
trepidación de la
noche. Aspero
de clima,
dulcísimo de historia, está
entre estos muros
el suelo que suda
otro suelo; esta
humedad que
recuerda otra
humedad; y resuenan
familiares de
latitudes y
horizontes donde
inglesas selvas coronan
lagos perdidos en
el cielo, entre praderas
verdes como
billares fosfóricos o como
esmeraldas: «and O
ye Fountains...» las piadosas
invocaciones.
Pier Paolo Pasolini [Las cenizas de Gransci, Canto 2]
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