27 de noviembre de 2015

El viaje, Miguel Ángel Bustos





Todo aquí es limpio; de una rigidez y silencio que hace que las cosas lejanas, indescifrables, en perpetua metamorfosis de noche atravesada  de niebla atravesada por ojos que huyen eternamente.

Crucé el jardín, de geometría  desconocida para mí, y como todas las puertas están abiertas  y nadie impide mi fatal vista me hallo, ajeno ya en mí mismo, en la sala primera del gran edificio. El techo que imita a un cielo de nubes minerales entre planetas inmóviles; la luz, que no puedo sospechar su origen; las paredes y el suelo de piedra fría casi transparente; la quietud, la absoluta quietud.


Siento y sin posible fuga, que este hospital, cada de enigmas  o asilo de inocente ignorancia,  es la agonía de la ciudad que antes recorrí,  su vientre o corazón extraviado en la quietud; su ritual y comunión con los muertos. Pues si esta casa es Revelación en lo Atroz con los muertos, es también el caos antiguo y sin tiempo, el caos donde vive, en eternidad, Aquelarre: la niña  de las niñas; que devora a los hombres, que son ya delirio, por piedad o por secreta alquimia analogía de la lluvia.

Miguel Ángel Bustos 
El Himalaya o la moral de los pájaros



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